jueves, 6 de mayo de 2021

Síntesis de la encíclica ‘Humanae vitae’

 

Una encíclica profética del Beato Pablo VI

Síntesis de la encíclica Humanae vitae

Resumen sintético de la encíclica Humanae vitae (HV)

                                              Por: Mariano Ruiz Espejo 


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Esta encíclica está dirigida a todos los hombres de buena voluntad y trata sobre la regulación de la natalidad. La transmisión de la vida humana ha sido siempre para los esposos, como colaboradores libres y responsables de Dios Creador. Ante los cambios sociales que transforman la sociedad y las nuevas cuestiones que han surgido, la Iglesia no ignora esta materia relacionada con la vida y la felicidad de los hombres (cf. HV, 1).

En la encíclica HV se explica el rápido desarrollo demográfico y la tentación de algunas autoridades de oponer a los peligros medidas radicales. En la encíclica se hace esta pregunta: ¿No sería indicado revisar las normas éticas hasta ahora vigentes, como una fecundidad menos exuberante pero más racional y voluntaria con un control lícito y prudente de los nacimientos? (cf. HV, 2-3).

La ley natural iluminada y enriquecida por la Revelación divina son los principios de la doctrina moral sobre el matrimonio. El Magisterio de la Iglesia tiene para todos sus fieles la interpretación de la ley moral natural, pues Jesucristo, al comunicar a Pedro y los Apóstoles su autoridad divina y enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos (cf. Mateo 28, 18-20), los constituye en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, no solo de la ley evangélica sino también de la ley natural, como voluntad de Dios, cuyo cumplimiento es igualmente necesario para salvarse (cf. Mateo 7, 21; HV, 4).

Limitar el problema de la natalidad a perspectivas parciales de orden biológico, psicológico, demográfico o sociológico no sería correcto sino que hay que considerarlo a la luz de una visión integral del hombre y su vocación natural, terrena, sobrenatural y eterna (cf. HV, 7).

La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan considerando su fuente suprema, Dios, que es Amor (cf. 1 Juan 4, 8), “el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Efesios 3, 15). El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de los esposos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, colaborando con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados, el matrimonio reviste además la dignidad de signo sacramental de la gracia que representa la unión de Cristo con su Iglesia (cf. HV, 8).

El amor conyugal es ante todo plenamente humano, sensible y espiritual al mismo tiempo. Es un amor total, una forma singular de amistad personal en la que los esposos comparten generosamente todo gozosos de poderse enriquecer con el don de sí. Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte, asumido libremente, fidelidad que es siempre posible, noble y meritoria, manantial de felicidad profunda y duradera. Es un amor fecundo, que además de la comunión de los esposos se prolonga suscitando nuevas vidas, con la procreación y la educación de la prole, pues los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen al bien de los propios padres (cf. HV, 9).

La paternidad responsable, en cuanto a procesos biológicos, significa conocimiento inteligente y respeto de las funciones del poder dar vida y las leyes biológicas que forman parte de la persona humana; en cuanto a tendencias del instinto y de las pasiones, comporta el dominio necesario sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad; en cuanto a condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, se pone en práctica con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, o con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto a la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante un tiempo o por tiempo indefinido. Comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. Su ejercicio responsable exige que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores. La misión de transmitir la vida no es una tarea autónoma en los caminos a seguir, sino que los esposos tienen que conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia (cf. HV, 10).

En el respeto a la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial, los esposos se unen en casta intimidad, y a través de los cuales se transmite la vida humana, con actos honestos y dignos, que no dejan de ser legítimos si por causas independientes de la voluntad de los cónyuges se prevén infecundos, porque continúan ordenados a expresar y consolidar su unión. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. La Iglesia, exigiendo que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada en su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida (cf. HV, 11).

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Esta doctrina expuesta por el Magisterio está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre el significado unitivo y el significado procreador del acto conyugal. Salvaguardar ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, y así el acto conyugal conserva íntegro el sentido del amor mutuo y verdadero, y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad (cf. HV, 12).

No es un verdadero acto de amor en las relaciones entre los esposos con recto orden moral el acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su situación actual y sus legítimos deseos. Usar del don divino de la transmisión de la vida destruyendo su significado y su finalidad, aunque sea parcialmente, es contradecir el plan de Dios y su voluntad. Usufructuar el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador. La vida humana es sagrada, desde su comienzo compromete directamente la acción creadora de Dios (cf. HV, 13).

 

Por todo ello, no es vía lícita para la regulación de los nacimientos la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto querido o procurado, aunque sea por razones terapéuticas. Tampoco es vía lícita la esterilización directa, perpetua o temporal del hombre o de la mujer. No es lícita toda acción que en previsión del acto conyugal o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación. No es lícito justificar actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después. Si bien es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien. Un acto conyugal voluntariamente infecundo es deshonesto y no puede cohonestarse por el conjunto de una vida conyugal fecunda (cf. HV, 14).

Pero es lícito el uso de medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, aunque se siguiese un impedimento no querido para la procreación (cf. HV, 15).

La Iglesia es la primera que en elogiar y en recomendar la intervención de la inteligencia en una obra que tan de cerca asocia la creatura racional a su Creador, pero afirma que debe hacerse respetando el orden establecido por Dios. Para espaciar los nacimientos por serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes en las funciones generadoras para usar del matrimonio solo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que hemos recordado. En el recurso a los periodos infecundos los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural. En el uso de los medios ilícitos directamente contrarios a la fecundación se impiden el desarrollo de los procesos naturales (cf. HV, 16).

Los métodos de regulación artificial de la natalidad abrirían el camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. Los jóvenes serían más vulnerables para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. El hombre que se habituase al uso de las prácticas anticonceptivas podría acabar perdiendo el respeto a la mujer y, sin preocuparse de su equilibrio físico o psicológico, podría llegar a considerarla como simple instrumento de goce egoísta, no como compañera respetada y amada. También las autoridades públicas podrían llegar a dejar a merced de su criterio despreocupado de las exigencias morales el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal (cf. HV, 17).

Estas enseñanzas, en previsión de Pablo VI, no serán quizá fácilmente aceptadas por todos, pues la Iglesia a semejanza de su divino Fundador es “signo de contradicción” (Lucas 2, 34), pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, natural y evangélica como su depositaria e intérprete, sin poder declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre. Defendiendo la moral conyugal en su integridad, la Iglesia contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana, compromete al hombre a no “abdicar de la propia responsabilidad sometiéndose a los medios técnicos”, defendiendo con esto mismo la dignidad de los cónyuges, mostrándose amiga sincera y desinteresada de todos los hombres a quienes quiere ayudar desde su camino terreno a participar como hijos a la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres (cf. HV, 18-19).

La Iglesia, como el Redentor, conoce la debilidad y tiene compasión de las muchedumbres, acoge a los pecadores, pero no puede renunciar a enseñar la ley que en realidad es la propia de una vida humana llevada a su verdad originaria y conducida por el Espíritu de Dios (Romanos 8). La doctrina de la Iglesia en materia de regulación de la natalidad, como todas las grandes y beneficiosas realidades, exige empeño y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social. No sería posible actuarla sin la ayuda de Dios que sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres, pero estos esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana (cf. HV, 19-20).

Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y la familia, y un perfecto dominio de sí mismos. Dominio del instinto mediante la razón y la voluntad libre según el orden recto y para observar la continencia periódica, disciplina propia de la pureza de los esposos. Esfuerzo continuo que desarrolla la personalidad de los esposos, aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas, favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge, ayudando a superar el egoísmo como enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Así los padres adquieren la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos, y éstos crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles (cf. HV, 21).

Llamada de atención a los educadores y responsables en orden al bien de la convivencia humana sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral. Aviso a los medios de comunicación social que conducen a la excitación de los sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y espectáculos licenciosos, que deben suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas en defensa de los supremos bienes del espíritu humano, sin buscar justificaciones a estas depravaciones (cf. HV, 22).

La encíclica termina con un llamamiento a las autoridades públicas (pues los gobernantes son los primeros responsables del bien común y pueden hacer tanto por salvaguardar las costumbres morales no permitiendo que se degrade la moralidad de los pueblos ni aceptando que se introduzca legalmente en la familia prácticas contrarias a la ley natural y divina, y por el desarrollo económico y progreso social que respeten y promuevan los verdaderos valores humanos, individuales y sociales), a los esposos cristianos (llamados por Dios a servirlo en el matrimonio, con la ayuda eficaz de la enseñanza de la Iglesia y de los sacramentos como camino de gracia correspondiendo en la verdadera libertad al designio del Creador y Salvador, y de encontrar suave el yugo de Cristo –Mateo 11, 30–, pues la puerta es estrecha y angosta la vida que lleva a la vida –Mateo 7, 14; cf. Hebreos 12, 11–, esforzándose animosamente en vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo –Tito 2, 12–, conscientes de que la forma de este mundo es pasajera –1 Corintios 7, 31–, apoyados por la fe y la esperanza que no engaña porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo que nos ha sido dado –Romanos 5, 5–, realizando la plenitud de la vida conyugal descrita por el Apóstol –Efesios 5, 25.28-29.32-33–), al apostolado entre los hogares (convirtiendo los mismos esposos en guía de otros esposos), a los médicos y personal sanitario (perseverando en promover constantemente soluciones inspiradas en la fe y en la recta razón, fomentando la convicción y el respeto de las mismas en su ambiente, y procurándose toda la ciencia necesaria en este aspecto delicado para dar consejos sabios y directrices sanas a los esposos que los esperan con todo derecho), a los sacerdotes (cuya incumbencia es exponer sin ambigüedades la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, dando ejemplo de obsequio leal, interna y externamente al Magisterio de la Iglesia en el ministerio hablando del mismo modo para la paz de las conciencias y la unidad del pueblo cristiano –1 Corintios 1, 10–, no menoscabando en nada la saludable doctrina de Cristo que no vino para juzgar sino para salvar –Juan 3, 17–, siendo intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas, enseñando el camino necesario de la oración, la Eucaristía y la Penitencia), y a los Obispos (trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores, y de vuestros fieles por la salvaguardia y la santidad del matrimonio para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana, con una acción pastoral en la actividad humana, económica, cultural y social).

Con el llamamiento final a los hermanos, hijos y hombres de buena voluntad, a observar la moral con inteligencia y amor, ya que el hombre no puede hallar la verdadera felicidad más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza (cf. HV, 31).

La encíclica, que el mismo Papa Francisco en 2014 llamó profética (Bagnasco, 2015), y que fue cuestionada dentro y fuera de la Iglesia (Fuentes, 2008), como el mismo Beato Pablo VI intuyó en la propia encíclica (cf. HV, 18), sigue teniendo una validez actual indiscutible en nuestro tiempo.

Bibliografía

Bagnasco, Angelo (2015). La Humanae Vitae en la Iglesia de Pablo VI y en la Iglesia de hoy. http://es.catholic.net/op/articulos/58678/cat/485/la-humanae-vitae-en-la-iglesia-de-pablo-vi-y-en-la-iglesia-de-hoy.html (accedido: 14/10/2016).

Conferencia Episcopal Española. (2013). Sagrada biblia, Segunda edición. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Fuentes, Miguel Ángel (2008). La Humanae Vitae de Pablo VI. Esencia de un documento profético. http://es.catholic.net/op/articulos/8453/la-humanae-vitae-de-pablo-vi-esencia-de-un-documento-proftico.html (accedido: 14/10/2016).

Paulus PP. VI (25 Julio 1968). Carta Encíclica Humanae Vitae. http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae.html (accedido: 14/10/2016).

domingo, 21 de marzo de 2021

¿JEHOVA Y YHVH?

 

¿Yahvé o Jehová?

Lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor»

                                                      Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá 




En las Biblias evangélicas encontramos que a Dios se lo nombra como a «Jehová» y en las Biblias católicas le damos el nombre de «Yahvé». Muchos cristianos se preguntan: ¿por qué esta diferencia en el nombre de Dios? ¿qué debemos pensar de esto?

En el fondo no sirve de nada discutir por el nombre antiguo de Dios. Nosotros vivimos ahora en el Nuevo Testamento y lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor». Dios es un «Padre» que ama a todas sus creaturas y los hombres son sus hijos queridos. Jesús mismo nos enseñó que debemos invocar a Dios como «nuestro Padre» (Mt. 6, 9).

Para los estudiosos de la Biblia quiero aclarar en esta carta el nombre antiguo de Dios, aquel nombre que los israelitas del Antiguo Testamento usaban con profundo respeto. La explicación es un poco difícil, porque debemos comprender algo del idioma hebreo, la lengua en la cual Dios se manifestó a Moisés.

Los nombres de Dios en el Antiguo Testamento

Los israelitas del Antiguo Testamento empleaban muchos nombres para referirse a Dios. Todos estos nombres expresaban una relación íntima de Dios con el mundo y con los hombres.


En esta carta quiero indicar solamente los nombres más importantes, por ejemplo:

En Ex. 6, 7 encontramos en el texto hebreo el nombre «Elohim», que en castellano significa: «El Dios fuerte y Poderoso».

En el Salmo 94 encontramos «Adonay» o «Edonay», que en castellano es «El Señor».

En Gén. 17, 1 se habla de Dios como «Shadday» que quiere decir el Dios de la montaña.

El profeta Isaías (7, 14) habla de «Emmanuel» que significa «Dios con nosotros».

Y hay muchos nombres más en el A. T., como por ejemplo: Dios Poderoso, el Dios Vivo, el Santo de Israel, el Altísimo, Dios Eterno, El Dios de la Justicia, etc.

Pero el nombre más empleado en aquellos tiempos era «Yahvé» que significa en castellano: «Yo soy» o «El que es».

Leemos en Éxodo Cap. 3 que Dios se apareció a Moisés en una zarza ardiente y lo mandó al Faraón a hablar de su parte. Moisés le preguntó a Dios: «Pero si los israelitas me preguntan cuál es tu nombre, ¿qué voy a contestarles?». Y Dios dijo a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY». Así les dirás a los israelitas: YO SOY me manda a ustedes. Esto les dirás a ellos: YO SOY, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me manda a ustedes. Este es mi nombre para siempre» (Ex. 3, 13-15).

¿De dónde viene la palabra «Yahvé»?

Esta palabra es una palabra hebrea, el hebreo es el idioma de los israelitas o judíos del Antiguo Testamento. En este idioma no se escribían las vocales de una palabra sino únicamente las consonantes. Era bastante difícil leerlo correctamente, porque al leer un texto hebreo, uno mismo debía saber de memoria qué vocales tenía que pronunciar en medio de las consonantes. El nombre de Dios: «YO SOY» se escribía con estas cuatro consonantes: Y H V H que los judíos pronunciaban así «Yahvé», y en castellano se escribe YAVE. La pronunciación «Yahvé» es sin duda la pronunciación más correcta del hebreo original para indicar a Dios como «Yo soy el que soy» (Los judíos del A.T. nunca dijeron Jehová).

¿De dónde viene la palabra Jehová?

Los israelitas del A.T. tenían un profundo respeto por el nombre de Dios: «Yahvé». Era el nombre más sagrado de Dios, porque Dios mismo se había dado este nombre.
Con el tiempo los israelitas, por respeto al nombre propio de Dios, dejaron de pronunciar el nombre de «Yahvé» y cuando ellos leían en la Biblia el nombre de «Yahvé», en vez de decir «Yahvé» dijeron otro nombre de Dios: «Edonai» (el Señor). Resultó que después de cien años los israelitas se olvidaron por completo de la pronunciación original (Y H V H, Yahvé) porque siempre decían «Adonay» (el Señor).

En la Edad Media (1.000 a 1.500 años después de Cristo) los hebraístas (que estudiaban el idioma hebreo antiguo) empezaron a poner vocales entre las consonantes del idioma hebreo. Y cuando les tocó colocar vocales en la palabra hebrea Y H V H (el nombre antiguo de Dios) encontraron muchas dificultades.

Por no conocer la pronunciación original de las cuatro consonantes que en las letras castellanas corresponden a YHVH y en letras latinas a JHVH, y para recordar al lector que por respeto debía decir: «Edonay» en vez de «Yahvé», pusieron las tres vocales (e, o, a) de la palabra Edonay; y resultó Jehová en latín. Es decir: tomaron las 4 consonantes de una palabra (J H V H) y metieron simplemente 3 vocales de otra palabra (Edonay) y formaron así una nueva palabra: Jehová. Está claro que la palabra «Jehová» es un arreglo de dos palabras en una. Por supuesto la palabra «Jehová» nunca ha existido en hebreo; es decir, que la pronunciación «Jehová» es una pronunciación defectuosa del nombre de «Yahvé».
En los años 1600 comenzaron a traducir la Biblia a todas las lenguas, y como encontraron en todos los textos bíblicos de la Edad Media la palabra «Jehová» como nombre propio de Dios, copiaron este nombre «Jehová» literalmente en los distintos idiomas (castellano, alemán, inglés...). Y desde aquel tiempo empezaron a pronunciar los católicos y los evangélicos como nombre propio de Dios del Antiguo Testamento la palabra «Jehová» en castellano.

Ahora bien, aun las Biblias católicas usan el nombre de «Yahvé» y no el de «Jehová».¿Está bien? Está bien porque todos los hebraístas modernos (los que estudian el idioma hebreo) están de acuerdo que la manera original y primitiva de pronunciar el nombre de Dios debía haber sido «Yahvé» y no «Jehová».

«Yahvé» es una forma del verbo «havah» (ser, existir) y significa: «Yo soy el que es» y «Jehová» no es ninguna forma del verbo «ser», como lo hemos explicado más arriba. Por eso la Iglesia Católica tomó la decisión de usar la pronunciación original «Yahvé» en vez de «Jehová» y porque los israelitas del tiempo de Moisés nunca dijeron «Jehová».

¿Cuál es el sentido profundo del nombre de «Yahvé»?

Ya sabemos que «Yahvé» significa: «Yo soy.» Pero ¿qué sentido profundo tiene este nombre?
Para comprenderlo debemos pensar que todos los pueblos de aquel tiempo eran politeístas, es decir, pensaban que había muchos dioses. Según ellos, cada nación, cada ciudad y cada tribu tenía su propio Dios o sus propios dioses. Al decir Dios a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY» El quiere decir: «Yo soy el que existe: el Dios que existe; y los otros dioses no existen, los dioses de los egipcios, de los asirios, de los babilonios no existen. Yo soy el único Dios que existe».

Dios, dándose el nombre de YAVE (YO SOY), quería inculcar a los judíos el monoteísmo (un solo Dios), y rechazar de plano todo politeísmo (muchos dioses) y la idolatría de otros pueblos.
El Dios de los judíos (Yahvé) es un Dios celoso, no soporta a ningún otro dios a su lado. El dice: «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Ex. 20, 3). «Yo soy Yahvé, tu Dios celoso» (Deut. 4, 35 y 32, 39).


El profeta Isaías explica bien el sentido del nombre de Dios. Dice Dios por medio del profeta: «YO SOY YAVE, y ningún otro». «¿No soy yo Yahvé el único y nadie mejor que yo?» (Is. 45, 18).

La conclusión es: La palabra «Yahvé» significa que «El es el UNICO DIOS», el único y verdadero Dios, y que todos los otros dioses y sus ídolos no son nada, no existen y no pueden hacer nada.

El nombre de Dios en el Nuevo Testamento.

Más importante para nosotros, que vivimos en el Nuevo Testamento, es saber cómo Jesús hablaba del misterio de Dios. Jesús y sus apóstoles, según la costumbre judía de aquel tiempo, nunca pronunciaban el nombre «Yahvé» o «Jehová». Siempre leían la Biblia diciendo: «Edonay» -el Señor- para indicar el nombre propio de Dios.
Todo el Nuevo Testamento fue escrito en griego, por eso encontramos en el Nuevo Testamento la palabra Kyrios (el Señor) que es la traducción de «Edonay».

Pero Jesús introdujo también una novedad en las costumbres religiosas y nombró a Dios «Padre»: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra». «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». «Por eso los judíos tenían ganas de matarlo: porque El llamaba a Dios Padre suyo haciéndose igual a Dios» (Jn. 5, 17-18).

Además Jesús enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo: «Por eso, oren ustedes así: Padre Nuestro, que estás en los cielos» (Mt. 6, 9). Ahora, el nombre más hermoso que nosotros podemos dar a Dios es el de: «Padre nuestro».


¿Es verdad que en las Biblias de los Testigos de Jehová aparece el nombre Jehová en el Nuevo Testamento?

Así es. Los Testigos de Jehová hacen aparecer en el Nuevo Testamento 237 veces la palabra «Jehová», pero eso no es correcto. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios con el nombre «Señor» (Kyrios en griego, Edonay en hebreo) ellos lo traducen como Jehová, pero esto es claramente una adulteración de los textos bíblicos.


El Nuevo Testamento habla de Dios como «Padre» o «Señor», pero nunca como «Jehová». Una vez más desconocen la gran revelación de Jesucristo que fue la de anunciarnos a Dios como Padre.

¿Qué es lo mejor para nosotros?

Lo mejor es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Meditando los distintos nombres de Dios que aparecen en la Biblia, nos damos cuenta de que hay una lenta evolución acerca del misterio de Dios, y cada nombre revela algo de este gran misterio divino:

1)      Dios se manifestó a Moisés como el único Dios que existe, significando esto que los otros dioses no existen. Es lo que significa la palabra «Yahvé».

2)      Luego ese único Dios se manifestó a los profetas como el Dios de la Justicia.

3)      Finalmente en Jesucristo, Dios se manifestó como un Padre que ama a todos sus hijos. Dios es amor y nosotros tenemos esta gran vocación a vivir en el amor. La oración del Padre Nuestro es la mejor experiencia de fraternidad universal.

 

¿Qué hay que hacer cuando los Testigos de Jehová, los Mormones y los seguidores de otras sectas llegan a la casa de uno para entablar una conversación?


«En primer lugar hay que precisar cuál es la verdadera intención de su visita. Por lo general ellos dicen que quieren hablar de la Biblia y conversar acerca de Dios y de la religión.
Pero su verdadera intención no es ésta, sino la de arrebatar la fe a los católicos. Eso y nada más es lo que quieren. Quitar a los fieles su fe católica. Hablar de la Biblia o de Dios es sólo el pretexto para llegar a este final que es quitar la fe a los católicos.


Y los hechos comprueban esta afirmación, porque sabemos de algunos buenos católicos que por cortesía, buena educación, o por otras razones, aceptaron conversar con ellos sobre la Biblia o sobre Dios, y se pasaron a ser Testigos de Jehová, Mormones o de otras sectas y abominaron después contra su antigua fe católica.


Es decir, hay que tener claro que esta visita de los Testigos de Jehová, de los Mormones o de otras sectas a las casas y familias católicas no tiene otra intención ni otro propósito que arrebatarles su fe católica.


Conociendo esta realidad, la respuesta es obvia: ¿Quiere usted conservar y defender su fe católica? No los reciba. ¿Quiere usted poner en peligro su fe católica? Piense mejor lo que debe hacer».


Cuestionario

¿Es correcto nombrar hoy a Dios con la palabra Jehová? ¿Por qué no? ¿Qué aconteció históricamente? ¿Por qué los israelitas usaban la palabra Adonai? ¿Qué pasó cuando los hebraístas de la Edad Media empezaron a poner vocales a las consonantes? ¿Qué significa la palabra Yahvé? ¿Es correcto utilizar hoy la palabra Yahvé? ¿Es correcto utilizar la palabra Jehová? ¿Cómo se refirió Jesús a su Padre? ¿Cómo tenemos que nombrar a Dios los cristianos de hoy? ¿Qué evolución del nombre de Dios hay entre A. y N. Testamento?

Lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor»

Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente: Para dar raz?e nuestra Esperanza, sepa defender su Fe

En las Biblias evangélicas encontramos que a Dios se lo nombra como a «Jehová» y en las Biblias católicas le damos el nombre de «Yahvé». Muchos cristianos se preguntan: ¿por qué esta diferencia en el nombre de Dios? ¿qué debemos pensar de esto?

En el fondo no sirve de nada discutir por el nombre antiguo de Dios. Nosotros vivimos ahora en el Nuevo Testamento y lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor». Dios es un «Padre» que ama a todas sus creaturas y los hombres son sus hijos queridos. Jesús mismo nos enseñó que debemos invocar a Dios como «nuestro Padre» (Mt. 6, 9).

Para los estudiosos de la Biblia quiero aclarar en esta carta el nombre antiguo de Dios, aquel nombre que los israelitas del Antiguo Testamento usaban con profundo respeto. La explicación es un poco difícil, porque debemos comprender algo del idioma hebreo, la lengua en la cual Dios se manifestó a Moisés.

Los nombres de Dios en el Antiguo Testamento

Los israelitas del Antiguo Testamento empleaban muchos nombres para referirse a Dios. Todos estos nombres expresaban una relación íntima de Dios con el mundo y con los hombres.


En esta carta quiero indicar solamente los nombres más importantes, por ejemplo:

En Ex. 6, 7 encontramos en el texto hebreo el nombre «Elohim», que en castellano significa: «El Dios fuerte y Poderoso».

En el Salmo 94 encontramos «Adonay» o «Edonay», que en castellano es «El Señor».
En Gén. 17, 1 se habla de Dios como «Shadday» que quiere decir el Dios de la montaña.
El profeta Isaías (7, 14) habla de «Emmanuel» que significa «Dios con nosotros».
Y hay muchos nombres más en el A. T., como por ejemplo: Dios Poderoso, el Dios Vivo, el Santo de Israel, el Altísimo, Dios Eterno, El Dios de la Justicia, etc.

Pero el nombre más empleado en aquellos tiempos era «Yahvé» que significa en castellano: «Yo soy» o «El que es».

Leemos en Éxodo Cap. 3 que Dios se apareció a Moisés en una zarza ardiente y lo mandó al Faraón a hablar de su parte. Moisés le preguntó a Dios: «Pero si los israelitas me preguntan cuál es tu nombre, ¿qué voy a contestarles?». Y Dios dijo a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY». Así les dirás a los israelitas: YO SOY me manda a ustedes. Esto les dirás a ellos: YO SOY, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me manda a ustedes. Este es mi nombre para siempre» (Ex. 3, 13-15).

¿De dónde viene la palabra «Yahvé»?

Esta palabra es una palabra hebrea, el hebreo es el idioma de los israelitas o judíos del Antiguo Testamento. En este idioma no se escribían las vocales de una palabra sino únicamente las consonantes. Era bastante difícil leerlo correctamente, porque al leer un texto hebreo, uno mismo debía saber de memoria qué vocales tenía que pronunciar en medio de las consonantes. El nombre de Dios: «YO SOY» se escribía con estas cuatro consonantes: Y H V H que los judíos pronunciaban así «Yahvé», y en castellano se escribe YAVE. La pronunciación «Yahvé» es sin duda la pronunciación más correcta del hebreo original para indicar a Dios como «Yo soy el que soy» (Los judíos del A.T. nunca dijeron Jehová).

¿De dónde viene la palabra Jehová?

Los israelitas del A.T. tenían un profundo respeto por el nombre de Dios: «Yahvé». Era el nombre más sagrado de Dios, porque Dios mismo se había dado este nombre.
Con el tiempo los israelitas, por respeto al nombre propio de Dios, dejaron de pronunciar el nombre de «Yahvé» y cuando ellos leían en la Biblia el nombre de «Yahvé», en vez de decir «Yahvé» dijeron otro nombre de Dios: «Edonai» (el Señor). Resultó que después de cien años los israelitas se olvidaron por completo de la pronunciación original (Y H V H, Yahvé) porque siempre decían «Adonay» (el Señor).

En la Edad Media (1.000 a 1.500 años después de Cristo) los hebraístas (que estudiaban el idioma hebreo antiguo) empezaron a poner vocales entre las consonantes del idioma hebreo. Y cuando les tocó colocar vocales en la palabra hebrea Y H V H (el nombre antiguo de Dios) encontraron muchas dificultades.

Por no conocer la pronunciación original de las cuatro consonantes que en las letras castellanas corresponden a YHVH y en letras latinas a JHVH, y para recordar al lector que por respeto debía decir: «Edonay» en vez de «Yahvé», pusieron las tres vocales (e, o, a) de la palabra Edonay; y resultó Jehová en latín. Es decir: tomaron las 4 consonantes de una palabra (J H V H) y metieron simplemente 3 vocales de otra palabra (Edonay) y formaron así una nueva palabra: Jehová. Está claro que la palabra «Jehová» es un arreglo de dos palabras en una. Por supuesto la palabra «Jehová» nunca ha existido en hebreo; es decir, que la pronunciación «Jehová» es una pronunciación defectuosa del nombre de «Yahvé».
En los años 1600 comenzaron a traducir la Biblia a todas las lenguas, y como encontraron en todos los textos bíblicos de la Edad Media la palabra «Jehová» como nombre propio de Dios, copiaron este nombre «Jehová» literalmente en los distintos idiomas (castellano, alemán, inglés...). Y desde aquel tiempo empezaron a pronunciar los católicos y los evangélicos como nombre propio de Dios del Antiguo Testamento la palabra «Jehová» en castellano.

Ahora bien, aun las Biblias católicas usan el nombre de «Yahvé» y no el de «Jehová».¿Está bien? Está bien porque todos los hebraístas modernos (los que estudian el idioma hebreo) están de acuerdo que la manera original y primitiva de pronunciar el nombre de Dios debía haber sido «Yahvé» y no «Jehová».

«Yahvé» es una forma del verbo «havah» (ser, existir) y significa: «Yo soy el que es» y «Jehová» no es ninguna forma del verbo «ser», como lo hemos explicado más arriba. Por eso la Iglesia Católica tomó la decisión de usar la pronunciación original «Yahvé» en vez de «Jehová» y porque los israelitas del tiempo de Moisés nunca dijeron «Jehová».

¿Cuál es el sentido profundo del nombre de «Yahvé»?

Ya sabemos que «Yahvé» significa: «Yo soy.» Pero ¿qué sentido profundo tiene este nombre?
Para comprenderlo debemos pensar que todos los pueblos de aquel tiempo eran politeístas, es decir, pensaban que había muchos dioses. Según ellos, cada nación, cada ciudad y cada tribu tenía su propio Dios o sus propios dioses. Al decir Dios a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY» El quiere decir: «Yo soy el que existe: el Dios que existe; y los otros dioses no existen, los dioses de los egipcios, de los asirios, de los babilonios no existen. Yo soy el único Dios que existe».

Dios, dándose el nombre de YAVE (YO SOY), quería inculcar a los judíos el monoteísmo (un solo Dios), y rechazar de plano todo politeísmo (muchos dioses) y la idolatría de otros pueblos.
El Dios de los judíos (Yahvé) es un Dios celoso, no soporta a ningún otro dios a su lado. El dice: «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Ex. 20, 3). «Yo soy Yahvé, tu Dios celoso» (Deut. 4, 35 y 32, 39).


El profeta Isaías explica bien el sentido del nombre de Dios. Dice Dios por medio del profeta: «YO SOY YAVE, y ningún otro». «¿No soy yo Yahvé el único y nadie mejor que yo?» (Is. 45, 18).

La conclusión es: La palabra «Yahvé» significa que «El es el UNICO DIOS», el único y verdadero Dios, y que todos los otros dioses y sus ídolos no son nada, no existen y no pueden hacer nada.

El nombre de Dios en el Nuevo Testamento.

Más importante para nosotros, que vivimos en el Nuevo Testamento, es saber cómo Jesús hablaba del misterio de Dios. Jesús y sus apóstoles, según la costumbre judía de aquel tiempo, nunca pronunciaban el nombre «Yahvé» o «Jehová». Siempre leían la Biblia diciendo: «Edonay» -el Señor- para indicar el nombre propio de Dios.
Todo el Nuevo Testamento fue escrito en griego, por eso encontramos en el Nuevo Testamento la palabra Kyrios (el Señor) que es la traducción de «Edonay».

Pero Jesús introdujo también una novedad en las costumbres religiosas y nombró a Dios «Padre»: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra». «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». «Por eso los judíos tenían ganas de matarlo: porque El llamaba a Dios Padre suyo haciéndose igual a Dios» (Jn. 5, 17-18).

Además Jesús enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo: «Por eso, oren ustedes así: Padre Nuestro, que estás en los cielos» (Mt. 6, 9). Ahora, el nombre más hermoso que nosotros podemos dar a Dios es el de: «Padre nuestro».


¿Es verdad que en las Biblias de los Testigos de Jehová aparece el nombre Jehová en el Nuevo Testamento?

Así es. Los Testigos de Jehová hacen aparecer en el Nuevo Testamento 237 veces la palabra «Jehová», pero eso no es correcto. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios con el nombre «Señor» (Kyrios en griego, Edonay en hebreo) ellos lo traducen como Jehová, pero esto es claramente una adulteración de los textos bíblicos.


El Nuevo Testamento habla de Dios como «Padre» o «Señor», pero nunca como «Jehová». Una vez más desconocen la gran revelación de Jesucristo que fue la de anunciarnos a Dios como Padre.

¿Qué es lo mejor para nosotros?

Lo mejor es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Meditando los distintos nombres de Dios que aparecen en la Biblia, nos damos cuenta de que hay una lenta evolución acerca del misterio de Dios, y cada nombre revela algo de este gran misterio divino:

1)      Dios se manifestó a Moisés como el único Dios que existe, significando esto que los otros dioses no existen. Es lo que significa la palabra «Yahvé».

2)      Luego ese único Dios se manifestó a los profetas como el Dios de la Justicia.

3)      Finalmente en Jesucristo, Dios se manifestó como un Padre que ama a todos sus hijos. Dios es amor y nosotros tenemos esta gran vocación a vivir en el amor. La oración del Padre Nuestro es la mejor experiencia de fraternidad universal.

 

¿Qué hay que hacer cuando los Testigos de Jehová, los Mormones y los seguidores de otras sectas llegan a la casa de uno para entablar una conversación?


«En primer lugar hay que precisar cuál es la verdadera intención de su visita. Por lo general ellos dicen que quieren hablar de la Biblia y conversar acerca de Dios y de la religión.
Pero su verdadera intención no es ésta, sino la de arrebatar la fe a los católicos. Eso y nada más es lo que quieren. Quitar a los fieles su fe católica. Hablar de la Biblia o de Dios es sólo el pretexto para llegar a este final que es quitar la fe a los católicos.


Y los hechos comprueban esta afirmación, porque sabemos de algunos buenos católicos que por cortesía, buena educación, o por otras razones, aceptaron conversar con ellos sobre la Biblia o sobre Dios, y se pasaron a ser Testigos de Jehová, Mormones o de otras sectas y abominaron después contra su antigua fe católica.


Es decir, hay que tener claro que esta visita de los Testigos de Jehová, de los Mormones o de otras sectas a las casas y familias católicas no tiene otra intención ni otro propósito que arrebatarles su fe católica.


Conociendo esta realidad, la respuesta es obvia: ¿Quiere usted conservar y defender su fe católica? No los reciba. ¿Quiere usted poner en peligro su fe católica? Piense mejor lo que debe hacer».


Cuestionario

¿Es correcto nombrar hoy a Dios con la palabra Jehová? ¿Por qué no? ¿Qué aconteció históricamente? ¿Por qué los israelitas usaban la palabra Adonai? ¿Qué pasó cuando los hebraístas de la Edad Media empezaron a poner vocales a las consonantes? ¿Qué significa la palabra Yahvé? ¿Es correcto utilizar hoy la palabra Yahvé? ¿Es correcto utilizar la palabra Jehová? ¿Cómo se refirió Jesús a su Padre? ¿Cómo tenemos que nombrar a Dios los cristianos de hoy? ¿Qué evolución del nombre de Dios hay entre A. y N. Testamento?

domingo, 28 de febrero de 2021

GENERACIÓN X, Y y Z: Un panorama Social


 

GENERACIÓN X, Y Y Z: UN PANORAMA SOCIAL 

La generación X comprende a los nacidos entre 1965 y 1981, durante la reconstrucción de Europa tras el acontecimiento bélico. No han tenido la vida nada fácil, ya que, tras un periodo convulso, tener un puesto de trabajo era un gran reto. Trabajar y producir era su filosofía de vida, dejando de lado el idealismo. El individualismo, la ambición y la adicción al trabajo —o workaholic— son los valores en los que han crecido.

A los padres de esta generación les tocó la peor parte: vivieron la plena posguerra. Son los Baby boomers —nacidos entre 1945 y 1964— y su nombre se debe a que nacieron durante el periodo del baby boom, esto es, la época en la que la tasa de natalidad se vio disparada en varios países anglosajones, sobre todo Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda, después de que la Segunda Guerra Mundial llegara a su fin.

Son una generación envidiable, ya que vivieron en su momento todo lo que los jóvenes habrían querido vivir. Vieron cómo John Lennon,  Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr formaban The Beatles en 1962. También vivieron la llegada del hombre a la Luna (1969), los mejores tiempos de los jugadores de fútbol Pelé y Maradona o la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989.

Han pasado por todo el periodo de evolución tecnológica y el auge y desarrollo de los medios de comunicación, además de gozar de estabilidad tanto laboral como familiar y estar activos tanto física como mentalmente. Pese a que están adaptados al mundo 4.0, son menos dependientes del smartphone que las siguientes generaciones.

GENERACIÓN Y O 'MILLENNIAL': LOS NATIVOS DIGITALES

La revolución la han marcado los millennials o generación Y. Conocidos también como nativos digitales, se considera millennials a las personas nacidas entre 1982 y 1994 y la tecnología forma parte de su día a día: todas sus actividades pasan por la intermediación de una pantalla. On y off están integrados completamente en su vida. Sin embargo, no nacieron con ella, sino que de la época analógica en la que vivieron migraron al mundo digital.

A diferencia de las generaciones anteriores, el mundo, con motivo de la crisis económica, les exige una mayor preparación para optar a un puesto de trabajo, donde cada vez la competencia se hace mayor. En oposición a sus padres —la generación X— los nativos digitales no se conforman con lo que les ha tocado vivir y son ambiciosos para alcanzar sus metas.

No obstante, la generación del milenio vive con la etiqueta de ser perezosa, narcisista y consentida. De hecho, la revista Time los catalogó en 2014 como la generación del yo-yo-yo.

CARACTERÍSTICAS DE LA GENERACIÓN Z O 'CENTENIAL'

Con edades comprendidas entre ocho y 23 años, la generación Z o posmilenial ocupará el protagonismo dentro de unas décadas. También catalogados como centenial, por haber venido al mundo en pleno cambio de siglo —los mayores son del año 1995 y los más pequeños nacieron en 2010—, llegaron con una tablet y un smartphone debajo del brazo.

Pero, ¿qué es la generación Z? Es un conjunto de personas que está marcada por Internet. Forma parte de su ADN: irrumpe en su casa, en su educación y en su forma de socializar. Y si la generación Y lo tiene complicado para encontrar trabajo, la situación de los posmilenials es todavía peor.

Su dominio de las tecnologías quizá hace que descuiden más sus relaciones interpersonales, pero son los que dan más voz a las causas sociales por Internet. Les gusta obtener todo lo que desean de forma inmediata, hecho propiciado por el mundo digital en el que están inmersos, y su estilo de vida también está marcado por los youtubers.

Son multitarea, pero su tiempo de atención es muy breve. Son independientes y consumidores exigentes y ocuparán puestos de trabajo que hoy en día aún no existen.

Pese a la diversidad social actual, la generación Y y la Z son las más predominantes: según el estudio New Kids On The Block. Millennials & Centennials Primer del Bank of America Merrill Lynch, hoy en día hay 2.000 millones de millennials y 2.400 de centenials, por lo que representan el 27 y el 32% de la población mundial, respectivamente.

A la generación actual, los que han nacido después de 2010, se les acuña el término de generación Alpha. ¿Cómo será su comportamiento? ¡En un par de años veremos si se nota la brecha generacional!

https://www.youtube.com/watch?v=JAFYt5jeWhg&feature=emb_title

lunes, 8 de febrero de 2021

LAS TRIBUS, LOS PACTOS Y LAS ALIANZAS (08/02/2021)

 

TEMA 1: La alianza de Dios en la Historia Sagrada

1.1       La antigua alianza

LAS TRIBUS, LOS PACTOS Y LAS ALIANZAS

VISIÓN SOCIAL

La convivencia social es una necesidad humana, porque el hombre es un ser bío-psico-social que nace tan desvalido que su supervivencia es casi imposible sin el apoyo y la protección de otros individuos.

El hombre, para el sociólogo Emile Durkheim, es una sustancia indeterminada y maleable determinada y transformada por las fuerzas sociales. Así, el individuo es solo una categoría, que el grupo controla y moldea según sus características.

Este hombre vive desde su aparición en el planeta junto a otros conformando clanes o tribus. El término tribu pertenece al vocabulario más antiguo de las instituciones indoeuropeas. En su origen, describe una forma específica de organización social y política que existía en todas esas sociedades. Una tribu indoeuropea era la forma de organización social y política más vasta que existía antes de la aparición de la ciudad–Estado. Reagrupaba unidades sociales, de menor tamaño, como lo eran el genos y la fratría de los griegos, y la gens y la curia de los latinos.

Los aborígenes que poblaron el continente americano cuando llegaron los conquistadores españoles estaban agrupados en tribus y la autoridad era el cacique. Muchas de estas fueron tribus lograron destacarse por sus avances en diversas áreas y el esplendor que imprimieron a sus ciudades, tal es el caso de incas y de aztecas.

Para el antropólogo Morgan, una tribu es una sociedad completamente organizada y, por tanto, una forma de organización social capaz de reproducirse. Ilustra la condición de la humanidad en el estado de la barbarie, es decir, de la humanidad que ha salido del salvajismo, pero que aún no ha alcanzado el estadio de la civilización, de la sociedad política, del Estado.

Para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito, que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad completa de la que dispondrían en estado de naturaleza. Siendo así, los derechos y deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social. El Estado es la entidad creada para hacer cumplir el contrato. Esta la idea base de Juan Jacobo Rousseau

 

Thomas Hobbes escribió su obra cumbre, Leviatán (1651), en un período de guerra civil en Inglaterra donde se discutió quién debía ocupar la soberanía, el Rey o el Parlamento. En ella define la necesidad de crear un contrato social para establecer la paz entre los hombres. Se plantea la cuestión del poder en términos muy generales, se pregunta por qué debe existir y cómo ha de ser. Para responder a estos interrogantes la figura del contrato social es clave, aunque Hobbes no use el término “contrato” (que usará por primera vez Rousseau) para referirse a ese pacto originario.

El pacto social no lo establecen los súbditos con su soberano, sino los súbditos entre sí. El soberano permanece fuera del pacto, es el único depositario de las renuncias a los derechos que poseían antes los súbditos y, por lo tanto, el único que conserva todos los derechos originarios.

Estos grupos sociales conforman alianzas, generalmente a efectos de defender su tierra y patrimonio. El término alianza está generalmente vinculado con la situación militar y a la protección que necesitaban los estados pequeños.  Ya en la antigua Grecia, los aliados debían pagar un tanto para la guerra. Arístides lo fijo en 460 talentos; Pericles lo aumentó en una tercera parte y acabó por subir hasta 1.300 talentos. En realidad, las exacciones de Atenas fueron más bien la ocasión que la causa de la revolución de los griegos. Una vez que las fuerzas de las armas se mezclaron en las cuestiones de los atenienses y sus aliados, las relaciones cambiaron de naturaleza. Atenas no vio ya en ellos aliados, sino vencidos. Para asegurar su misión y aumentar su propio poder, se apoderó de todas o partes de sus tierras y las distribuyó a colonos.

En ocasión de la Primera Guerra Mundial, Alemania, gobernada por Guillermo II de Alemania, consiguió en 1890 que tres potencias que tenían importantes diferencias entre sí: Francia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y el Imperio ruso, se aproximaran y terminaran por coaligarse como la Aliada Mayor Nacionalista para hacer frente a la Triple Alianza del Imperio alemán, Imperio austrohúngaro y el Reino de Italia.

En la Segunda Guerra Mundial, el bando de los Aliados se enfrentó a las potencias del Eje durante la segunda guerra mundial. Las principales potencias que conformaron ese bando fueron: Gran Bretaña, Francia, la URSS (desde la agresión alemana en junio de 1941), Estados Unidos (desde la agresión japonesa en diciembre de 1941) y China, que ya peleaba contra Japón desde 1937, antes del estallido de la guerra general.

martes, 2 de febrero de 2021

INTRODUCCIÓN A LA MATERIA DE BIBLIA Y VIDA CRISTIANA

 

INTRODUCCIÓN

La Biblia no es un solo libro, como algunos creen, sino una biblioteca completa. Toda la Biblia está compuesta por 73 libros, algunos de los cuales son bastante extensos, como el del profeta Isaías, y otros son más breves, como el del profeta Abdías. Estos 73 libros están repartidos de tal forma, que al Antiguo Testamento (AT) le corresponden 46, y al Nuevo Testamento (NT) 27 libros.

Desde alrededor de los años 600 antes de Cristo, con la destrucción de Jerusalén y la desaparición del Estado judío, estaba latente la preocupación de concretar oficialmente la lista de libros sagrados.

Así se fijó entonces una lista de libros religiosos que eran de verdadera inspiración divina y entraron en la colección de la Escritura Sagrada. A esta lista oficial de libros inspirados se dará, con el tiempo, el nombre de «Canon», o «Libros canónicos». La palabra griega Canon significa regla, norma, y quiere decir que los libros canónicos reflejan «la regla de vida», o «la norma de vida» para quienes creen en estos escritos. Todos los libros canónicos de la comunidad de Palestina eran libros originalmente escritos en hebreo-arameo.

En el año 1517 Martín Lutero se separó de la Iglesia Católica. Y entre los muchos cambios que introdujo para formar su nueva iglesia, estuvo el de tomar el Canon breve de los judíos de Palestina, que tenía 39 libros para el A.T. Algo muy extraño, porque iba en contra de una larga tradición de la Iglesia, que viene de los apóstoles. Los cristianos, durante más de 1.500 años, contaban entre los libros sagrados los 46 libros del A.T.

Sin embargo, a Lutero le molestaban los 7 libros escritos en lengua griega y que no figuraban en los de lengua hebrea. Ante esta situación los obispos de todo el mundo se reunieron en el famoso Concilio de Trento y fijaron definitivamente el Canon de las Escrituras en 46 libros para el A.T. y en 27 para el N.T.

Pero los protestantes y las muchas sectas nacidas de ellos, comenzaron a usar el Canon de los judíos palestinos que tenían sólo 39 libros del AT. De ahí vienen las diferencias de libros entre las Biblias católicas y las Biblias evangélicas.

Libros del Antiguo Testamento (46 Libros)

·         PENTATEUCO (5)

Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio.

·         HISTÓRICOS (16)

Josué, Jueces, Ruth, I Samuel, II Samuel, I Reyes, II Reyes, I Paralipómenos o Crónicas, II Paralipómenos Crónicas, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester, I Macabeos, II Macabeos

·         POÉTICOS Y SAPIENCIALES (7)

Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, El Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico

·         PROFETAS MAYORES (6)

Isaías, Jeremías, Lamentaciones de Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel.

·         PROFETAS MENORES (12)

Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías

·        Libros del Nuevo Testamento (27 Libros)

·         LOS EVANGELIOS (4)

Evangelio según San Mateo, San Marcos, San Lucas según San Juan

Hechos de los Apóstoles

·         CARTAS DE SAN PABLO (13):

A los Romanos, I a los Corintios, II a los Corintios, A los Gálatas, A los Efesios, A los Filipenses, A los Colosenses, I a los Tesalonicenses, II a los Tesalonicenses, I a Timoteo, II a Timoteo, A Tito, A Filemón, Carta a los Hebreos.

·         CARTAS CATÓLICAS:

Epístola de Santiago, Epístola I de San Pedro, Epístola II de San Pedro, Epístola I de San Juan, Epístola II de San Juan, Epístola III de San Juan, Epístola de San Judas, Apocalipsis.

Síntesis de la encíclica ‘Humanae vitae’

  Una encíclica profética del Beato Pablo VI Síntesis de la encíclica ‘ Humanae vitae ’ Resumen sintético de la encíclica Humanae vitae ...